La náusea Von Wernich y una nueva condena a Galileo
Marcelo A. Moreno
El desarrollo monumental y revolucionario de las ciencias nos vive desayunando con novedades inquietantes -como que nuestras diferencias genéticas con los chimpancés son tan delgadas como, por ejemplo, las que se pueden observar entre un vecino sensible de Palermo y un barrabrava- pero también con el "descubrimiento" reiterado y machacoso de la obviedad.
La última viene del programa de Ciencias Cognitivas de la Universidad de Indiana y asegura que, como la mayoría de los mamíferos -entre ellos nuestros antepasados pilosos-, los hombres suelen ser menos selectivos que las féminas a la hora de buscar pareja. Tienden a elegirlas por su aspecto físico. Y palo, y a la bolsa. Ellas, en cambio, suelen cruzar una serie de datos que terminan redondeándoles un ejemplar capaz de darles seguridad y protección. En fin, un hallazgo que se verifica todos los días abrumadoramente en casi todos los rincones del planeta.
Pero el Gran Hermano del Norte da para todo. También dentro del mundo animal, hay un proyecto de lo más serio que propugnan numerosos ecologistas de prestigio -tanto como para publicar en Scientific American- para repoblar vastas extensiones del gran país de Disney con tortugas gigantes y caballos salvajes, para proseguir, más a largo plazo, con camellos, guepardos, leones y elefantes. Las razones no pasan por la creación de parques temáticos sino porque los ecologistas están seriamente preocupados por el grave deterioro de las condiciones de vida en Africa, que terminarían con esa magnífica fauna. Esas gravísimas condiciones de vida están terminado velozmente con millones de seres humanos en ese continente, pero eso a los ecólogos no parece desvelarlos. Al menos no han presentado ningún plan de repoblamiento de nenes africanos en algún sitio del planeta en que las condiciones resulten algo menos hostiles o mortales que, digamos, en el Congo o en Sudán.
Y justamente porque la línea parece ser tan delgada entre el Reino Animal y el Humano, el Reino Unido autorizará la creación de embriones híbridos de animales y personas, en busca del desarrollo de terapias basadas en células madre, por lo cual, si todo va bien, próximamente podremos gozar de un injerto de hígado de neovaca, por ejemplo. El Vaticano, rápido de reflejos, no vaciló en condenar el proyecto, al que calificó de "acto monstruoso que atenta contra la condición humana". Y el Papa, fiel a una venerable tradición pontificia, volvió a condenar a la ciencia.
Pero verdaderas salvajadas son las que se escuchan por aquí -ante la indiferencia general, glacial del Gran Pueblo Argentino Salud- en el juicio al cura Von Wernich, acusado de torturar y asesinar en mataderos de la dictadura. Esta semana la hermana de una de las desaparecidas en esos pozos de horror le preguntó a la Iglesia, que en tantas cosas tiene tanto que opinar: "¿No tiene nada que decir de este juicio?". Ahora parece que sí, que va a hablar. Porque no animaladas -ningún animal sería capaz de tales oprobios- sino justamente monstruosidades son las que implican a un hombre que conserva, intacta, su condición sacerdotal. Todo eso, a días del primer aniversario de la desaparición de Julio López, ese valiente anciano al que ninguna democracia sirvió para salvar.
(Versión del Disparador publicado en Clarín el 9 de septiembre)
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