terça-feira, 15 de janeiro de 2008

La herencia de Susan Sontag

En Roma, en 1993 Foto: Reuters



Luisa Valenzuela, Graciela Speranza y Silvia Hopenhayn reflexionan sobre la influencia de la pensadora a 75 años de su nacimiento


Por Valeria Caselles

La pensadora y novelista norteamericana Susan Sontag tenía sus pasiones, gustos y obsesiones. Adoraba recorrer varios cafés neoyorquinos en una sola noche para debatir con sus pares sobre arte, política, filosofía o poesía. Daba igual. Defendía la igualdad de géneros y la libertad sexual de la mujer desde sus escritos y desde la militancia. Festejaba la fotografía; le parecía que tenía una trascendencia social inigualable. Le atormentaban el camino de la enfermedad, las atrocidades de la guerra, y elogiaba generosamente a escritores que, como Borges, la conmovían.

El 16 de este mes, Sontag cumpliría 75 años. Desde 1963, cuando publicó su primer libro El Benefactor , hasta hoy, siguen vigentes sus ensayos, novelas, críticas literarias y hasta sus provocadoras declaraciones contra el poder.

Sontag nació en el invierno de 1933, en Nueva York, y creció en Tucson. Estudió en las universidades de California y Chicago, donde se licenció en Filosofía y Letras, París y Harvard.

En 1963 inició su carrera literaria. Entre sus obras, traducidas a 32 idiomas, cuenta con casi 20 libros, entre novelas, piezas de teatro y ensayos literarios y políticos. Entre las obras memorables de "la dama del mechón blanco" –como a muchos les gusta recordarla-, se encuentran Bajo el signo de Saturno , Ante el dolor de los demás , Contra la interpretación y Sobre la fotografía , entre otras.

La aparición de Contra la interpretación (1968) la convirtió inmediatamente en un referente intelectuale de su generación. Pues el eje del libro es una oposición a la búsqueda de significados en la obra de arte, y la defensa a la intuición para acercarse al arte. Así, Sontag adquirió una reputación de intelectual independiente, capaz de interpretar la vida americana a la luz de las culturas clásicas europeas.

En el lugar justo y en el momento oportuno, esta mujer que se casó, tuvo un hijo (David Rieff), se divorció y tuvo luego experiencias amorosas con otros hombres y mujeres, se volvió una comentarista aguda y capaz de interpretar los conflictos de la cultura occidental de su época.

Cuando la célebre escritora murió de cáncer en 2004, nadie dudó en que su figura, su vida y su obra se harían cada vez más grandes con el paso del tiempo. Se habló de una herencia, de una marca indeleble de esta neoyorquina, dentro de la literatura y el pensamiento de la cultura occidental.

Con el intento de descifrar la herencia que Sontag dejó en el mundo de las letras y a las mujeres, al menos, en este argentino rincón del mundo, adnCULTURA.com le pidió a tres reconocidas escritoras y periodistas locales que escribiesen sobre aquel libro de Sontag qué las marcó en lo personal y en lo literario. También sobre qué tipo de influencia social dejó su estilo combativo y su compromiso político. Así lo hicieron Luisa Valenzuela, eximia escritora, amiga y discípula directa de Sontag; Graciela Speranza, reconocida crítica, narradora y guionista de cine, que entrevistó a la escritora estadounidense pocos años antes de su muerte, y Silvia Hopenhayn, periodista cultural, colaboradora del diario LA NACION, y autora de innumerables artículos de crítica literaria.
Sontag en su departamento de Nueva York, en agosto de 1992 Foto: AP


Susan Sontag, amiga


Por Luisa Valenzuela


"El problema no es que la gente recuerda por medio de las fotografías, sino que sólo recuerda las fotos" escribió en su último libro. A pesar de tantas y tan bellas fotos que hay de Susan Sontag, quienes recibimos el regalo especial de su amistad la recordaremos siempre llena de vida y cambiante. No porque su aspecto físico variara tanto. Sólo después de las sesiones de quimioterapia de su segundo cáncer perdió su vasta melena con el característico mechón blanco. El pelo cortísimo le quedaba bien pero no podía renunciar a ser quien era. "Hay que decirles siempre a las mujeres que sufren esta ordalía que el pelo vuelve a crecer. Los médicos no se preocupan por eso, pero es muy importante" afirmaba, dispuesta a asistir a quienes se aceraran a ella con el mismo problema de salud. Así era Susan Sontag: un ser humano enorme tras la distancia que necesitaba imponer entre su intelecto y sus sentimientos.


Su generosidad intelectual era enorme. Soy un vivo ejemplo: porque le gustaron un par de libros míos que leyó por azar –era apasionada en sus lecturas, "entro a una librería relamiéndome como un chico a una fábrica de caramelos" me dijo alguna vez– mencionó mi nombre en un reportaje publicado en el New York Times en octubre del 80, mucho antes de conocerme.


Yo la admiraba desde muy joven, desde aquella novela traducida como Estuche mortal , donde el protagonista vaga por los túneles creyendo haber matado a un hombre. Eso nos acercó, el túnel por donde vagamos los escritores de ficción en pos de una verdad que nos elude y por eso mismo la búsqueda se hace fascinante y devela inesperados secretos.


Susan quería que se la recordara como novelista. Sin embargo, su mente filosa, inquisitiva, era la de una ensayista que mira al mundo desde los ángulos más insólitos para entender la cara oculta de los hechos.


Nuestros encuentros a lo largo de los años fueron encontrando un cauce que a ambas nos sorprendía. En la gran cocina de su pent-house en Chelsea, Manhattan, o en el restaurante Omen que era uno de sus favoritos, empezábamos hablando de nuestras vidas y derivábamos sin querer a detalles de la cocina literaria.


Primero fueron sus cuentos, como el deslumbrante y polifónico The way we live now ( Tal como vivimos ahora ), después los años de escritura de El amante del volcán , y más tarde los de En América . Susan decía que necesitaba de temas históricos para tener una apoyatura desde donde dejar volar la imaginación.


En Omen precisamente me habló por último de la nueva novela en la que estaba trabajando. Tenía lugar en el Japón en los años 20 o 30.


Tengo ahora un suéter negro de cachemir y seda, muy grande, como la piel de un animal lujoso. Me lo mandó David Reiff, su hijo y colega (como lo llamaba ella), diciendo que Susan habría querido dejarme un legado. Me lo pongo para escribir, en invierno, y no me trae ideas luctuosas sino algún recuerdo radiante. El del último viernes de septiembre 2001, por ejemplo. Yo había viajado a Nueva York para expresarle mis condolencias por el 9/11 a esa ciudad querida donde viví diez estupendos años. Susan entonces me invitó a Rhinebeck, a la chacra de su compañera la fotógrafa Annie Leibovitz. Era un doble festejo, cumpleaños de Annie y su avanzado embarazo. Annie había reunido a amigos, colegas y asistentes para honrar la vida e invitarlos a creer en un mundo al cual aún valía la pena traer niños. Era un día impresionista y la luz reverberaba en el follaje. Ideal para olvidar, si el cielo no hubiese estado tan azul como en el día en que los tres aviones... De todos modos, olvidar no sólo era imposible sino desaconsejable.


Más bien descansar de la presión. Susan Sontag aportaba su esfuerzo: se había puesto una gorra de los bomberos de Nueva York –los héroes del momento– y para dejar por un lado el recurrente tema de Zona Cero, al atardecer ofreció leernos un cuento. Eligió Rip van Winkle , ese clásico de Washington Irving, seguramente porque la acción transcurre por esos mismos parajes encantados cercanos al río Hudson. Y con su bella voz de mezzosoprano, Susan fue desgranando la larga historia del hombre que, tras un encuentro mágico, despertó de lo que creía ser una noche de sueño en la montaña para encontrar que en el mundo y hasta en su propio cuerpo habían transcurrido veinte años.


Fue una lectura también mágica en ese atardecer, y más tarde Susan me invitó a la pequeña casa que habitaba en el predio de Annie. Allí, con vista a un estanque, me habló de su felicidad, de lo bien que se sentía con la llegada de la futura bebé --seré como su abuela, me dijo-- y de lo mucho que estaba escribiendo a pesar de los horrores por los que pasaba su país y las críticas que recibía por haber dicho desde Europa que los EEUU merecían el castigo.


La vi varias veces más, pero así, feliz, quiero recordarla. Leyendo Rip van Winkle . O mejor aún, dispuesta a retornar después de veinte años de un sueño como pesadilla de su ausencia que todos compartimos.


La aventura gozosa del pensamiento

Por Graciela Speranza

Sus primeros libros de ensayos – Contra la interpretación , Estilos radicales , Sobre la fotografía – fueron capitales para pensar la nueva sensibilidad y los cambios sociales y culturales que transformaron las artes y el pensamiento a partir de los sesenta.


Desde entonces, Sontag se convirtió en sinónimo de mujer intelectual con una naturalidad (y una convicción y una gracia) mucho más eficaz para enfrentarse a la dominación masculina que muchas de las reivindicaciones enfáticas de la contracultura, incluidas las del feminismo.


Notas sobre lo camp , Sobre el estilo o La estética del silencio me parecen ejemplos extraordinarios de la lucidez sensual (la "racionalidad apasionada") que inspiran todos sus ensayos.


Aunque quizás la definan mejor, por extensión, sus últimos libros, incluso desde los títulos: Cuestión de énfasis , que reúne sus ensayos de los últimos veinte años, y Ante el dolor de los demás , en el que frente a la violencia y los genocidios de las últimas décadas, vuelve a sus argumentos sobre la fotografía y los rectifica.


Con énfasis oportunos, precisamente, Sontag logró conciliar como pocos críticos culturales su enorme curiosidad y veneración por la cultura europea con una cuota inconfundible de irreverencia norteamericana.


Nunca descuidó la atención al mundo sensible por atender a los imprerativos de la conciencia, y renegó de los papeles vulgares del crítico como constructor de sistemas, autoridad, mandarín, mentor, para reservarse el ejercicio del gusto que implica invariablemente el elogio.


Su novela El amante del volcán me gusta tanto como muchos de sus ensayos. El prejuicio habitual con que los lectores enfrentamos (y comparamos) a la ensayista y la novelista es superfluo.


Sontag pasaba del ensayo a la ficción, de la literatura al cine o al teatro con una naturalidad envidiable, como si en la tensión entre imaginación y razón, entre imagen y palabra encontrara un territorio más libre y una energía estética más ingobernable y más rica. Sus libros son únicos mucho antes de encontrar un género.


De mi encuentro con Sontag en Nueva York me queda el registro de una conversación generosa en la que la felicidad de la experiencia estética y la aventura gozosa del pensamiento se traducían hasta en los más mínimos gestos, intraducibles después en la entrevista. Hacia el final hizo una defensa apasionada de la literatura como forma de ampliación del mundo. "Yo no sería la misma si no hubiese leído a Dostoievsky", dijo, y con el mismo entusiasmo me recomendó dos o tres libros que acababan de publicarse.


Preguntas...


Silvia Hopenhayn


¿Qué libro de Sontag me marcó?


Es una marca extraña, de esas que se desdibujan con el tiempo y reaparecen distintas. Si tengo que pensar en un libro, quizá fue Bajo el signo de Saturno , por su retrato de la tristeza de Walter Benjamin y otros ensayos de profunda lucidez. También me atrajeron sus libros sobre el Sida y el Cáncer, sobre todo por su afán de revelar el poder de exclusión que tienen ciertas enfermedades y el impacto social de las metáforas de las dolencias. Pero así como sus ensayos –también retengo algunos de sus comentarios sobre fotografía– me incitaron a pensar desde distintas perspectivas, no así su ficción, un tanto acaramelada y convencional, para mi gusto, claro.


Creo que Sontag caminó por una cornisa muy interesante y peligrosa; se movía entre lo políticamente correcto y lo académicamente establecido, tratando de producir pequeñas explosiones para derribar viejos prejuicios.


Como crítica cultural, siempre fue muy respetuosa de las obras de arte, de allí que se preguntase, "¿Cómo debería ser una crítica que sirviera a la obra de arte, sin usurpar su espacio?"


Su herencia, es la impronta de una intelectual neoyorquina con ganas de ampliar el horizonte cultural y cuestionar los objetos de las ideologías, de manera distinta a Simone de Bauveoir en Francia, pero con parecida intensidad y empeño.


Pienso que su mayor aporte fue revolucionar la mirada, ya sea sobre obras de arte, una fotografía o un campo de batalla, dando cuenta de los modos de construir la percepción ("la ideología del lente"). También rescato su voluntad de amalgamar la nostalgia a una nueva forma de estar en el mundo, denunciando el horror pero sin perder de vista la belleza. Así, logró una difícil acrobacia entre el compromiso moral y el placer estético.


Si tuvieras la posibilidad de tenerla en frente y hacerle una entrevista, ¿qué preguntas le harías y por qué?


Primera: ¿Qué toma y deja del posmodernismo? Como promotora del camp, me parece interesante conocer su posición con respecto a una filosofía tan sinuosa y movediza.


Segunda: Cómo sería el Presidente que le gustaría votar? La participación política de Sontag ha sido polémica y variada, de allí que me gustaría conocer su ideal de gobierno con mayor concreción.


Tercera: ¿Qué páginas arrancaría de su vida o de sus libros? Y etcétera…

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