quarta-feira, 30 de janeiro de 2008

Francia sufre a la vez de sarkomanía y de sarkofobia

La misma actitud del presidente Nicolas Sarkozy que suscitó votos le está costando juicios morales de parte de los medios. ¿Su pecado?, hacer público lo privado y volverse obsesión.



Por Eduardo Febbro - desde París para Página12

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Sarkozy parece haber reemplazado la acción política por la acción ante los flashes.
Imagen: AFP


Nicolas Sarkozy comparte los afiches de los kioscos de revistas de París con Platón, Leibniz, George Bush y Carlos Gardel. Aun tapándose los ojos y los oídos es imposible escapar a las imágenes o los comentarios sobre el presidente francés. Francia está sarkocupada. El diario Le Monde lanzó una serie de volúmenes con los textos de los grandes filósofos de la historia, empezando por Platón. ¿Y a quién utilizó para promoverla? Al presidente Sarkozy quien, a plena página, aparece en acción junto a una cita del filósofo Leibniz: “El hombre debe actuar lo más posible ya que debe existir lo más posible”. En los kioscos de revistas, la publicidad giratoria de un comics de José Muñoz y Carlos Sampayo sobre la vida de Carlos Gardel alterna con las portadas de los semanarios absorbidas por el presidente. La última del semanario Le Nouvel Observateur dice “los sarkófobos”. La edición de sábado del diario Liberation también lo tiene a “él” como vedette: “¿Por qué (Sarkozy) fastidia al planeta?”.

Desde luego, eso del “planeta” es una exageración nacionalista pero lo cierto es que Sarkozy existe a toda velocidad a la luz de los reflectores. Pero esa actitud que tantos votos y simpatías suscitó empieza ahora a costarle antipatías, críticas, burlas, juicios morales, desconfianza de los socios europeos, venganzas tardías e ironías a mansalva. El tema fue abordado desde el diván por el psiquiatra Serge Hefez, que escribió: “Me asombro de que las DSM, clasificación internacional de los trastornos mentales, no haya incluido en sus innumerables taxonomías esas nuevas enfermedades del alma que son la sarkomanía, la sarkofobia, la sarkonoia o el sarkofrénesis”.

La observación es pertinente: por o contra, Sarkozy es una obsesión nacional casi al mismo grado que lo fue en su época el ex presidente socialista François Mitterrand, a quien los medios apodaron “Dios”. Un filósofo –Vincent Céspedes– hastiado del sarkoplaneta fue hasta proponer censurar “las tres sílabas de su nombre”. “¡Privémoslo de nuestras voces y de nuestras miradas! ¡Rompamos el espejo!”, clama el filósofo. Por ejemplo, se sabe que Nicolas Sarkozy no es muy alto pero se desconoce cuánto mide exactamente. Esa incógnita ocupa decenas y decenas de páginas en Internet. En una sociedad donde los asuntos íntimos de la clase política se disuelven a la sombra de viajes secretos y castillos restaurados la máxima exposición de Sarkozy altera el orden de los valores. Al mismo tiempo, más allá de las consideraciones sobre programas políticos, las críticas lanzadas contra el jefe del Estado también funcionan como un espejo al revés. En vez de usar sus tribulaciones como punto de partida para un cuestionamiento es muy enriquecedor ver qué están diciendo sobre sí mismos y sobre la sociedad quienes formulan las críticas. A los guardianes del templo no les gusta que el templo funcione con otros ritmos. Es inobjetable que Sarkozy es un sediento bebedor de cámaras y flashes y parece haber reemplazado la acción política por la acción ante las cámaras. Sin embargo, lo que hace Nicolas Sarkozy lo hacen o lo han hecho todos los políticos, empezando por Francia. Sólo que Sarkozy lo muestra y su estilo suele estar en otro planeta. François Mitterrand vivió con dos mujeres en el Palacio del Elíseo, una oficial y otra no. Con ésta tuvo una hija que también vivía en la casa presidencial. No era un secreto para ningún periodista, pero el silencio y el respeto por la vida privada conservaron la historia en el anonimato hasta que el mismo Mitterrand la hizo circular.

En un país donde las escapadas amorosas conducen a fastuosos castillos y mansiones antaño habitadas por los reyes, Sarkozy llevó a su última conquista amorosa, la ex modelo y cantante Carla Bruni, a pasar un fin de semana al parque de atracciones de Eurodisney. Colmo del mal gusto en Francia, lo mismo que mostrar un ostentoso Rolex en la muñeca, exhibir su cuerpo durante las vacaciones, partir de viaje en aviones privados pertenecientes a amistadas millonarias, tener gustos de lujo y frecuentar mujeres cuyos nombres y fotos aparecen en las revistas “pipolandias”.

Es una suerte de menemismo a la europea, una “pizza con champagne” al estilo del viejo mundo. La sarkoexasperación ha llegado igualmente a Europa. Como Sarkozy va siempre rápido, a la muy reservada canciller alemana Angela Merkel se le atribuye el sobrenombre que se le puso a Sarkozy: “El presidente Duracell” (por las pilas). Desde finales de 2007, el rumbo de los elogios se volvió adverso para Sarkozy. Su relación con Carla Bruni suscitó comentarios casi vaticanescos por parte de la prensa europea: “El ridículo que mata”, escribió el diario conservador alemán Die Welt. El semanario Der Spiegel publicó la semana pasada un artículo de tapa sobre Sarkozy cuyo título dice: “El asunto de Estado Sarkozy/Bruni, el erotismo del poder. Mezcla de sexo, política y telenovela”. Los medios del Viejo Continente juegan la tecla moral a niveles indecentes como si nadie, en el poder, tuviera amantes o fuese mujeriego. Der Spiegel evoca incluso el papel de las amantes de los reyes durante la monarquía francesa. Sólo que Nicolas Sarkozy está oficialmente divorciado de su esposa Cecilia y presentó su relación con Carla Bruni como algo “serio”. En Francia, por múltiples que sean, los amores presidenciales tienen que permanecer en la alcoba. Pero Sarkozy, como un adolescente, los exhibe desde la legitimidad misma de su función presidencial.

Ello provoca una reacción cínica de todos los y las amantes con lapicera autorizada, es decir, los medios. La prensa nacional, tan adicta a la obediencia, a la indulgencia, a los compromisos, se ha despertado a los méritos del contraataque después de un extenso letargo elogioso. Los mismos que antes habían entronizado a Sarkozy como el gran “modernizador” de Europa ahora le cobran su modernidad lujuriosa y no toleran que no respete los preceptos simbólicos de la Constitución: discreción y aristocracia. Las críticas que estallan tampoco contienen argumentos políticos, cuestionamientos básicos, modelos reflexivos, desarrollos analíticos: son una especie de queja, la del torero que protesta por el espectáculo que da el toro. Y en ese frenesí de frivolidad algunos llegan al insulto y a la ofensa sin clase. Valga esta cita, extraída de un artículo de The Times de Londres: “A los 52 años, Sarkozy es demasiado viejo para sacarse una foto tomando la cintura desnuda de una mujer de 39 años”. O este otro extraído del Daily Telegraph, también de Londres. El autor presenta como vergonzosa la diferencia de edad entre Sarkozy y Carla Bruni –13 años– y se permite escribir: “Las sábanas del Elíseo estaban aún impregnadas del perfume delicado de Cecilia –su ex mujer– cuando Sarkozy conoció a Carla Bruni en una cena”.

Ambos comentarios son de un gusto deplorable y revelan más el vacío de la prensa europea que los errores políticos de un presidente para quien cada acto es un acto de comunicación. Sarkozy comunica sobre su vida, los medios comunican sobre la comunicación comunicada mientras que la política, ese arte de administrar destinos humanos, se va abismando en la nada. Una frase escrita por Osvaldo Soriano hace unos años tiene todo un lugar en este contexto. Soriano hablaba de dos presidentes en disputa. Uno era el país que queríamos ser, el otro el país que somos. Ganó el país que éramos. Tal vez Sarkozy se acerque al país más real, la Francia que es hoy con sus barrios populares convertidos en templos del fashion, con su aristocracia moderna surgida de las nuevas tecnologías, la influencia de la inmigración, siempre vapuleada y de la que él mismo surgió, con la transformación hacia bajo de la cultura de los medios de comunicación, con la supremacía del parecer por encima de los contenidos, y la velocidad, la velocidad en todo, en permanente confrontación con una administración pesada y al mismo tiempo generosa, enfrentada a una Francia idealizada, refinada y aristocrática. Puro efecto, escasa política. Igual que el mundo globalizado: fashion y medios que han dejado hace mucho de hacer periodismo. Las acerbas críticas contra el presidente francés son una pieza más de la estructura de complicidad entre medios y poder y la confesión pública de un núcleo privilegiado de comunicadores que se espantan con lo que ellos mismos crearon.

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