sábado, 8 de setembro de 2007

"Tutto" un homenaje

Blog Almacén

¡Es Pavarotti, es Pavarotti!
Su nombre resuena como las grandes marcas italianas, al igual que Branca o la creada por don Enzo, su paisano de Módena.
Es que el maestro supo asombrar al mundo con su bella voz, salida de esa figura enorme y excéntrica, con barba de corsario y una eterna sonrisa blanca que siempre me hicieron acordar al Capitán Haddock de Las aventuras de Tintin, el fantástico comic del belga Georges Remi.
Con lo difícil que resulta -cada vez más- arrimarse a la llamada música clásica, el gran Luciano intentó extender dicho arte quizá más cercano, en estos tiempos, a una vitrina de museo que al reflejo de nuestras vidas cotidianas.
Es que el mundo evoluciona (¿evoluciona?) a formas musicales más sencillas, inmediatas y con fecha de vencimiento. El avance ha llevado a simplificar hasta lo minimalista la expresión de los artistas, cuestión que separa aún más la música popular de la llamada culta.
Lo cierto es que Pavarotti, a lo largo de su trayectoria, pudo sacarle el velo de solemnidad a eso “inmaculado” y -más allá del fenómeno comercial subyacente- acercó la lírica a la gente, entre ellos a tantos modernos que sostienen que hoy todo debe ser breve y entretenido, eso que tan bien objetó Bourdieu.
En un medio a veces vanidoso y elitista, donde muchos divos y críticos engreídos han descalificado toda manifestación popular -donde también los hay-, él tuvo la feliz idea de bajar al llano y juntar su timbre único al de Bono, Lou Reed o Zucchero para conciertos benéficos. Así nomás, sencillito.
Debo reconocer que no soy precisamente un seguidor de la música clásica, soy de la generación del rock y he abrazado el jazz por elección. Así y todo, no puedo omitir mencionar el vacío que deja un artista como Luciano Pavarotti cuando muere.
Dicen que la voz es el reflejo del alma, cuán difícil es imaginar qué almas conllevan tamaños cantantes.

AUDIO
Core 'ngrato (Cardillo - Cordiferro)


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