La irresistible atracción de un corazón de plástico
Entre las galerías de arte de Le Marais, el barrio más movido de París, me planté de pura casualidad ante una vidriera detrás de la cual un corazón gigante -rojo, hecho de pequeñas piezas de plástico entretejidas- giraba suavemente.
Me dejé llevar por la imagen hipnótica y entré.
Sin ningún tipo de protocolo -léase invitación- me encontré en la inauguración de la primera muestra de Joana Vasconcelos -Où le noir est colour- en París.
Y eso es mucho decir porque esta artista está dando que hablar entre los nuevos fichajes del arte contemporáneo.
Música de fado mezclada con formas sensuales delineadas en cada obra que esculpe.
Su obra se centra en el status de lo femenino, en remarcar las diferencias sociales y en señalar la identidad nacional con la sutileza de quienes desbordan talento.
Veamos quién es esta chica.
Si bien Vasconcelos nació en París en 1971, vive y trabaja en Lisboa de donde es oriunda toda su familia que debió exiliarse durante la dictadura de Salazar en Portugal.
Joana trafica lo popular (lo artesano) y lo conceptual, se apropia de procedimientos del diseño industrial y de su propio "objetualismo" poético. Parece querer combinar lo íntimo con lo evidentmente expuesto.
Vasconcelos marca un estilo que amaga con sacudirnos con sus dimensiones, con sus manequíes tan humanos como perversamente sacralizados, quizá tratando de involucrar a quien mira en construcciones críticas de dimensiones imprevistas, imprevistas y gigantes en todos los sentidos.
No despliega nuevas intenciones, pero su modo de mirar la sociedad de consumo y ejercer su crítica, no juega con el humor o la protesta -ya procedimientos muy manoseados- la delicadeza de la poesía que traducen su obra se perfila como su marca registrada.
Hasta el 1 de marzo en la Galeria Nathalie Obadia.
Podés ver más obras aquí.
Joana trafica lo popular (lo artesano) y lo conceptual, se apropia de procedimientos del diseño industrial y de su propio "objetualismo" poético. Parece querer combinar lo íntimo con lo evidentmente expuesto.
Vasconcelos marca un estilo que amaga con sacudirnos con sus dimensiones, con sus manequíes tan humanos como perversamente sacralizados, quizá tratando de involucrar a quien mira en construcciones críticas de dimensiones imprevistas, imprevistas y gigantes en todos los sentidos.
No despliega nuevas intenciones, pero su modo de mirar la sociedad de consumo y ejercer su crítica, no juega con el humor o la protesta -ya procedimientos muy manoseados- la delicadeza de la poesía que traducen su obra se perfila como su marca registrada.
Hasta el 1 de marzo en la Galeria Nathalie Obadia.
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