España: Un racismo de baja intensidad
La xenofobia empieza a instalarse en lugares donde se integran los inmigrantes
DANIEL BORASTEROS / JESÚS GARCÍA - El País
España no es xenófoba. Las encuestas reflejan que la sociedad ha incorporado sin grandes sobresaltos el mayor flujo de inmigrantes que ha conocido el país. Pero algunas agresiones, las dificultades de convivencia y la competencia por servicios como las urgencias o plazas de colegio empiezan a dibujar otro panorama: el racismo de baja intensidad. Una sensación latente -y ya no tan latente en zonas con alta densidad de extranjeros- de que disminuye el pastel del Estado de bienestar.
"Este racismo se basa en la percepción del otro como alguien que te puede crear problemas. Se tiende a generalizar: el otro pasa a ser el conflictivo, el maleducado, el delincuente", argumenta Adelas Ros, investigadora de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y ex secretaria de Inmigración de la Generalitat. "Es una tontería llamar a eso racismo", eleva el tono Riduan, de la Asociación de Inmigrantes Marroquíes. "Lo que sucede es que los españoles de clase trabajadora ven amenazados sus privilegios por una clase aún más necesitada que ellos", subraya Riduan, que insiste: "¡Eso no es racismo!".
Las encuestas reflejan que la inmigración ha ido creciendo como preocupación de los españoles hasta llegar al tercer puesto. Y datos como que el 59% de los españoles cree que los inmigrantes "lastran los salarios" muestran una culpabilización creciente del que viene de fuera.
"Son muchos y son maleducados", es el resumen verbalizado de Marta P., de 34 años y dependienta de una tienda en Alcorcón (165.000 habitantes, 15% de inmigrantes). "Los que se llenan la boca con la integración viven en zonas de ricos y no conviven con ellos", zanja Marta, hasta ahora votante del PSOE, en un discurso que ha calado en todo el espectro ideológico.
La xenofobia se dispara allí donde más inmigrantes hay y, precisamente, en algunos donde se ha hecho más esfuerzos por su integración: en Vic (40.000 habitantes), el acceso a las escuelas públicas está en el origen del ascenso del partido xenófobo Plataforma per Catalunya. Fue el segundo más votado en mayo, con el 18% de los votos. Y lo fue después de un esfuerzo del Ayuntamiento por repartir inmigrantes entre los colegios concertados para no concentrar todos en dos centros públicos. Vic tiene un 25% de inmigrantes -sobre todo magrebíes y subsaharianos-, hasta el 40% en algunos barrios.
La ascensión de Plataforma per Catalunya se explica, en buena medida, por la permanente campaña electoral de su líder, Josep Anglada, que durante años ha mantenido "una estructura de poder paralela", en palabras del concejal Joan López. Si los vecinos tenían un problema, llamaban a Anglada y éste, convertido en una especie de padrino, les daba una solución.
No son una aparición aislada. En Talayuela, pueblo cacereño premiado por su labor de "concordia", Iniciativa Habitable, grupo con un agresivo argumentario contra los extranjeros, obtuvo en las elecciones de mayo el 27% de los votos de esta población, con un 35% de inmigrantes censados. Y esas plataformas con un mensaje abiertamente xenófobo empiezan a proliferar en las ciudades del cinturón de Madrid. La Plataforma por Alcorcón, por ejemplo, no esconde que su principal reivindicación es que "los españoles estén por delante". Muchos de ellos frecuentan foros comunes en Internet. De semejante corpus ideológico se nutren Vientos del Pueblo (Getafe) o Alcalá Habitable.
El sustento de este rechazo, exponen los sociólogos, está en algunas "leyendas urbanas". Por ejemplo, que a los extranjeros no se les cobran impuestos al abrir un negocio, o que tienen más facilidades para acceder a las ayudas públicas. Es falso. Además, los inmigrantes que quieren acceder a las ayudas "deben pagar sus impuestos". Las subvenciones de los Ayuntamientos se ciñen a asuntos como "enseñanza del español o asesoría jurídica". Ese es el programa de Villaviciosa de Odón (26.000 habitantes, 10% inmigrantes).
La comunidad latinoamericana es una de las que ha expresado con mayor contundencia su temor a una oleada racista en España. "La agresión a la menor ecuatoriana en Cataluña es un hecho aislado, pero pone en evidencia acciones de racismo en el día a día. En el plano laboral, administrativo o social, nos topamos con actitudes xenófobas", explica Javier Boldoni, responsable de Fedelatina, que agrupa a las asociaciones latinoamericanas en Cataluña.
"No es normal que haya enfrentamientos con los españoles", dice María, propietaria de La Perla del Pacífico, un pequeño restaurante en el barrio madrileño de Tetuán. Sin embargo, cada comunidad tiene sus propias zonas de ocio y nunca se juntan. "Los peores son los moros, los ecuatorianos no molestan", dice con su peculiar filosofía de vida Susana, vecina "de toda la vida del barrio". Pero a veces sí hay problemas. Aunque sean "de baja intensidad". A Stefani le daban crisis de ansiedad. Tiene 14 años y, según el perfil trazado por los psicólogos, "está acomplejada". En el colegio la insultan. La llaman "gorda". Pero no sólo eso. También le recuerdan que tiene la piel oscura y que no nació en España. En definitiva, que es ecuatoriana.
Cuando habla de "incidentes graves", Boldoni se refiere a las agresiones físicas, que son minoritarias. Las ejecutan, habitualmente, grupos de ideología neonazi. En Madrid, abundan en el Corredor del Henares. En Cataluña, están activas en el llamado "triángulo xenófobo", en la comarca del Vallès. Sus integrantes ni crecen ni desaparecen. "Es difícil dar el salto cualitativo de las palabras a las agresiones", analizan los expertos.
Sin embargo, las palabras con su remoquete inicial inevitable, "yo no soy racista, pero..." sí que empiezan a calar. En el distrito de San Cristóbal de los Ángeles (40% de inmigración) aguardan en una marquesina. Dicen que están esperando "la patera". En realidad, el autobús, pero "va lleno de moros". Las palabras despectivas y los chistes se han vuelto algo cotidiano.
"Fuera rumanos. No al incivismo. No somos racistas". Bajo esta pancarta salieron a la calle, en febrero, cientos de vecinos de una barriada obrera de Badalona, un municipio del área metropolitana de Barcelona. Los vecinos pretendían expulsar a 25 rumanos de etnia gitana que vivían en un piso de 60 metros cuadrados. En el origen de aquella violenta protesta -los extranjeros se marcharon- había un conflicto de convivencia: los nuevos inquilinos eran de higiene descuidada y montaban jaleo.
Pese a la insistencia de los vecinos en desmarcarse de cualquier matiz de xenofobia, los expertos ven en acciones como ésta la existencia de un racismo latente, que de forma casi inconsciente tiñe la base social. ¿Quiere decir eso que los españoles somos racistas? La respuesta, a juzgar por lo que dicen los propios interesados, es un contundente "no". De hecho, según un estudio de 2006 del Observatorio Español del Racismo, el 65% de los españoles ve positivamente "la llegada de personas de otras razas, religiones y culturas". Al 91% le parece bien que cobren el paro y al 85% le parece justo que traigan a su familia.
En lo que va de año, SOS Racismo ha recibido 270 denuncias. La estadística incluye los casos de racismo "de baja intensidad", que son la mayoría -discriminación laboral o en el acceso a una vivienda-, pero también las supuestas agresiones de individuos y agentes de la policía. Hace pocos meses, Miwa Buene, congoleño, se quedó tetrapléjico tras recibir una paliza de un individuo que le gritaba "¡mono de mierda!". Mireia, la mujer de Miwa, no tiene dudas: "Si eres negro, no vales nada".
"El Estado de Bienestar se ha quedado corto", concluye Ros. En Madrid, las instituciones dejan claro que "no hay discriminación. Ni positiva ni negativa". Aunque reconocen que se dan choques culturales. Por ejemplo, en las urgencias de los hospitales. "Las urgencias son un sitio duro y la gente se pone nerviosa", explica un trabajador del 12 de Octubre, de Madrid. "Hay bofetadas de vez en cuando", explica. No es raro que los españoles afeen a los extranjeros hacer uso de una asistencia a la que no tienen "tanto" derecho como ellos.
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