sábado, 15 de dezembro de 2007

Crónica de Florencia

La plaza de la Santíssima Annunziata, donde Ivory filmó Un amor en Florencia Foto: Dennis Marsico / Corbis

Durante un mes, la escritora vivió como en un film de James Ivory. Se alojó en un convento de la ciudad italiana, vio obras de arte, visitó villas centenarias y rastreó historias para sus libros. La música sacra y la profana marcaron sus días



Por Vlady Kociancich
Para LA NACION



Florencia
. El nombre guarda para mí casi treinta años de breves o largas estadías que han adquirido ya un carácter hogareño. Quizá porque los argentinos sufrimos de una suerte de orfandad congénita, las amistades son familia de sangre y la mía en este rincón de Italia es Anna, mi amiga florentina, a quien visito con regularidad desde hace décadas. Debía suceder alguna vez que ella no pudiera alojarme y ocurre ahora, cuando llego con el propósito de apuntar notas para un libro sobre los escritores ingleses que hicieron de Florencia un escenario de novela. Pero mi proyecto no se frustra. Anna consigue un sitio que califica de "humilde pero útil para escribir tranquila". Más que tranquila. Mi cuarto propio es un convento. Del siglo XV. En pleno centro histórico.

Como en el libro de E. M. Forster, es "un cuarto con vista". Da a un barrio que encierra la loggia de Brunelleschi en el Hospital de los Inocentes, la Iglesia de la Santissima Annunziata, la Academia, donde el original del musculoso David de Miguel Angel parece protestar contra un cielo raso demasiado bajo mientras su copia toma aire en la gran Piazza della Signoria. Da al Museo Arqueológico, con los enigmáticos antepasados etruscos de la población recostados en sus divanes funerarios, y a un laberinto de callecitas hondas que corren entre palacios e iglesias con puertas abiertas a innumerables obras maestras. En el fondo de la antigua Via Lunga o Calle Ancha, se alza la cúpula del Duomo. ¿Todo esto es mío? Sí. También la habitación que me han dado las monjas, la número 1. Tengo terraza propia, el claustro abajo con las palmeras de rigor y verdes bancos de plaza, la pileta de mármol renacentista, las rosas que se cortan diariamente para el altar de la capilla, y adentro, el lujo de un escritorio y lámpara flexible, estantes para libros, la luz de la ventana con malvón y cortinas de macramé. Me pregunto si mi Ángel de la Guarda, que juzgaba literario y viajero, no se me ha vuelto religioso y quiere convertirme con regalos como este. Un otoño perfecto, un silencio de torre y solo un puñado de turistas sueltos. Continua aqui...

Nenhum comentário: