quarta-feira, 10 de outubro de 2007

Pecados capitales


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Por Mario Wainfeld

“El Señor no nos dijo ‘ustedes pueden matar o no matar’. Pero debemos estar dispuestos a morir.”

Carlos Mugica, circa 1972

“Esta lucha es una lucha por la República Argentina, por su integridad, pero también por sus altares (...). Por ello, pido la protección divina en esta guerra sucia en la que estamos empeñados.”

Victorio Bonamín, vicario castrense, octubre de 1976

Un acusado fue condenado, con sobradas pruebas, previo cumplimiento del debido proceso legal. Ninguna institución se sienta en el proverbial banquillo porque el derecho penal de Occidente, cimentado en la presunción de inocencia, sólo admite procesar individuos. No se juzgó a la Iglesia Católica. El ciudadano Christian Federico von Wernich no es castigado por sus pecados (menos por su fe o sus valores) sino por sus delitos.

Los efectos políticos sí que trascienden al reo. Es la tercera sentencia ulterior a la nulidad de las leyes de obediencia debida y punto final. Habrá más tras los trabajosos trámites que impone la preservación de las garantías a los procesados.

Una consecuencia que se irá desplegando es el debate acerca de la responsabilidad, jamás penal pero sí política y hasta moral, de la cúpula de la Iglesia Católica. Casi de volea la comisión ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) emitió un documento (ver página 5), sin duda redactado con antelación. La celeridad fue toda una innovación, el contenido muy lavado y distante, una repetición. La voluntad ostensible fue mitigar la repercusión mediática de un caso con escasos antecedentes en el mundo. Estar presentes en los titulares y en las primeras páginas en función de su pálida movida de ayer y no de su silencio de décadas.

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El juez Carlos Rozanski le explicó a Von Wernich que su intervención final no era para ejercitar su defensa (trámite ya cumplido) sino para pronunciar algunas palabras. Con sutileza, le subrayó que el derecho siempre le concede la última palabra al acusado. Un paradigma general que cobra insólito vigor en el que caso de quien hizo de la palabra un arma.

El ex sacerdote, con enorme presencia escénica, inquirió cuánto tiempo tenía y eligió como género el sermón. Ni una palabra sobre el hombre sometido a juicio, él mismo. Sí una reflexión sobre el sacramento de la confesión, sobre la historia de la Iglesia, sobre el demonio que acecha en los testigos que odian y (por ende) mienten. La reconciliación, esa bandera que los represores (y sus corifeos) aluden como tapadera de su impunidad, no podía faltar.

Al cronista siempre le impresiona que otro represor, Luis Patti, jamás niega los hechos que se le imputan. Los resignifica, desde el ángulo legal. A los militantes montoneros Pereira Rossi y Cambiasso no los asesinó, los “mató en combate”. Cuando se le reprocha haber torturado se vuelve leguleyo: la causa está prescripta, no hay testigos. En el caso del policía puede imaginarse que algo hay de proselitismo; hay quien lo vota por sus tropelías, no a pesar de ellas. Von Wernich, que no busca votos pero sí otro tipo de adhesiones, hizo lo mismo. No dijo que era inocente, no repasó los cargos, se amparó en los dos mil años de historia de la Iglesia Católica pero jamás habló de una de sus ovejas más negras, él mismo. Dos autoridades citó Von Wernich en su día ante el tribunal. Un texto de San Juan, según los conocedores, el evangelista favorito de Jesús. Y una frase del cardenal Jorge Bergoglio emitida en misa de siete el fin de semana pasado. Lea más aqui

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