domingo, 16 de dezembro de 2007

De la emoción inicial a los cascotazos: así no se trata a una dama


Julio Blanck. jblanck@clarin.com

Algún cinéfilo debe acordarse. La película se filmó hace cuarenta años, con el gran Rod Steiger, la bella Lee Remick y un joven George Segal como protagonistas. Era un policial, sobre un asesino de mujeres perseguido por un detective sin demasiadas luces. El filme se llamaba "Así no se trata a una dama". El título, si se quiere, es aplicable a las desventuras que sufrió nuestra Presidenta, expuesta a una confabulación estelar que quiso arruinarle los fastos de iniciación.

La Presidenta había mostrado su mejor versión el día del juramento y toma del poder. Elegante, sobria, sonriente, con un discurso de ideas -como siempre- muy bien articuladas. Y lo que es mejor, toda una sorpresa, lució de verdad emocionada. Ella, la Dama de fuego y de acero, la polemista tenaz y temible, la oradora dura y combativa, no ocultó las lágrimas que la adornaron varias veces en su gran día.

Se emocionó en el Congreso después de que su esposo, un feliz Néstor Kirchner, le colocó la banda presidencial. Volvió a emocionarse, y muy fuerte, cuando le tomó juramento como ministra a su cuñada, Alicia Kirchner. La voz se le quebró y el abrazo entre ellas fue notable. También puchereó un poco -dicho esto con el mayor de los respetos- cuando invistió a Graciela Ocaña como ministra de Salud. Y después volvió a compungirse cuando salió al escenario frente a la Plaza de Mayo, y las banderas le flameaban abajo y los concurrentes, entusiasmados, la ovacionaban.

Esa Cristina novedosa fue la misma que en su primer discurso ante el Congreso avisó que sabía que todo le iba a costar más por ser mujer. Las pinceladas de sensibilidad de esas horas estuvieron fuera del libreto esperado, fuera del personaje público que la Presidenta se preocupó en construir.

Cristina volvió sobre la misma idea, la de la mujer que tiene que ser dos veces buena para que la reconozcan como tal, muy poco después. Pero en circunstancias menos festivas.

Fue cuando descargó su primera diatriba estilo Kirchner, desde el atril de la Casa Rosada, para responder apenas con argumentos políticos a una perfecta operación basada en hechos incontrastables: la detención en Miami de un puñado de truhanes chavistas vinculados a la valija con 800.000 dólares, que el viscoso Guido Antonini Wilson había transportado a la Argentina y dejó graciosamente en manos de nuestra Aduana, y la declaración de uno de ellos acerca de que esos bonitos billetes estaban destinados a ayudar a su campaña presidencial.

El cascotazo americano todavía retumba. El gobierno de Washington, en el mejor estilo "a mí por qué me miran", juró que no tenía nada que ver y que todo era cuestión de la Justicia, tan independiente. Fuera de micrófono dijeron que el destinatario de la operación era el venezolano Hugo Chávez, con el que comparten una tormentosa historia de amor recíproco. Pero al gobierno de Cristina el mensaje llegó clarísimo y así fue recibido, a juzgar por la reacción. Los que se juntan con Chávez ya saben qué confites pueden esperar enviados por el Gran Hermano.

Esto sólo hubiese sido bastante para borronearle a la Presidenta su semana de gloria. Pero además apareció el bueno de Hugo Moyano, que le avisó que estaba listo para cruzarse a la vereda de enfrente, después del intenso romance de cuatro años que protagonizó con su esposo el ex Presidente, de quien fue una pieza tan funcional como bien recompensada.

Es cierto que el camionero tiene algunos problemitas internos. Hay una larga legión de sindicalistas que lo quieren descabezar en la CGT. Y en las zonas de influencia de su gremio, que él pretende cada vez más anchas, algunas cosas parece que se arreglan a los tiros, como en las viejas épocas. Ya hay un crimen que la Justicia de Rosario sigue investigando mientras se suman nuevos he chos violentos. Pasó antes y seguirá pasando: cuando un jefe sindical está en problemas, la variable de ajuste para retomar el centro de la cancha es endurecer su posición. Es lo que hizo Moyano, según explican los exégetas del gremialismo. Pero la patada le llegó a Cristina.

Sepan, señores, que así no se trata a una dama.

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