segunda-feira, 10 de dezembro de 2007

Cristina Fernández de Kirchner: Una militante de los tormentosos años 70 llega al centro del poder


Nació hace 54 años. Vivió en una ciudad que desbordaba euforia y sangre hasta el golpe de 1976. Eligió el Sur junto a su flamante marido. Desde allí comenzó su carrera política, que la pone hoy en la Presidencia.

Clarín

Mocosa impertinente!! La frase sonó a bofetada en labios del senador Eduardo Menem, que de impertinencias entendía un rato, y estaban dirigidas a Cristina Kirchner, senadora flamante en mayo de 1995. Se discutía la distribución de cargos en el Senado y el menemismo intentaba imponer la "antigüedad". "Yo soy representante de una provincia, igual que usted, senador -le había dicho la legisladora-. Claro que no soy la hermana del Presidente."

El duelo verbal le viene pintado a la futura presidenta. Está en su salsa. Y quienes la enfrentan, están en la salsa de ella. Es una marca generacional. Nació el 19 de febrero de 1953 y en La Plata. Pertenece a la generación que discutía de política en la mesa de los domingos con padres, hermanos y tíos; la generación a la que en la escuela primaria se le preguntaba "¿En tu casa qué son? ¿Peronistas o contreras?" cuando ya el peronismo tenía firmado un certificado de defunción que nunca entró en vigencia. La futura presidenta es de la generación del país partido en dos.

Y de La Plata, que no es un dato menor. Tener veinte años en La Plata en los años 70 era algo especial. Cada sábado al mediodía, por 7 y 49, paseaban las muchachas más bellas del planeta, con los buitres al acecho; se armaba un programa cargado de promesas y se terminaba en Bellas Artes viendo "Operación Masacre" en la clandestinidad; o en un centro de estudiantes, fascinados frente al filme en blanco y negro en el que Perón dejaba sus charlas de "Actualización doctrinaria". En el peor de los casos, se terminaba en alguna casa generosa, con guitarra y Serrat, o Viglietti, o "el libro de poemas que los amantes llevan siempre a la cabecera de la cama", al decir de Neruda. Todo amenizado como era debido: con las majestuosas papas fritas de "La Aguada".

Era imposible no ser peronista en los 70 y en La Plata, porque los padres de aquella generación eran radicales o conservadores.

Eduardo Fernández, padre de Cristina, era un comerciante radical, balbinista. Ofelia, la mamá, una mezcla de conservadora y dirigente sindical. Las discusiones en la mesa de los Fernández eran feroces. Como feroces eran las peleas de la alumna Fernández con sus profesores de secundaria. Sólo hallaba un remanso en los avatares de epopeya de la mitología griega. "Siempre digo -ha dicho alguna vez la futura presidenta para sintetizar sus batallas familiares- que soy la simbiosis perfecta entre radicales y peronistas." Amén. Eso sí es digno de la mitología griega.

En 1973 llegó a la Universidad Nacional de La Plata para estudiar Derecho. La UNLP era toda un hervidero. Lanusse en retirada, Cámpora al Gobierno, Perón al Poder (con P mayúscula) y aquel se van, se van y nunca volverán de aquellos jóvenes que creían de verdad lo que decían creer. Y las asambleas. Largas, interminables, profusas, durísimas. Todavía todo era adolescente. Si algún tono de voz perdura hoy en la futura presidenta, algún gesto rígido, alguna modulación cortada a hachazos que puede herir algunos oídos, tal vez deba atribuirse a esa marca registrada: La Plata y los 70. El mundo ha cambiado mucho desde entonces, todo se ha tornado más civilizado, más neutro, más desapasionado. Se firman sentencias de muerte, pero con buena letra, Serrat dixit. Pero en aquel entonces, hasta las misas en la Catedral eran cuasi una asamblea popular que monseñor Antonio Plaza toleraba con sonrisas resignadas, antes de poner su báculo al servicio del terrorismo de Estado.

La señora Kirchner ha reflexionado sobre su propia generación y sobre aquellos años. "Critico -dijo a este diario no hace tanto tiempo- su militarización, su desprecio por los instrumentos democráticos que, en definitiva era un desprecio a la voluntad popular. Pero de mi generación reivindico sí la preparación intelectual, el compromiso, los valores, tantas cosas..."

Después llegaron los asesinos. La Plata fue un ensayo general del terrorismo de Estado que llegaría en 1976. La Triple A y otros grupos criminales se lanzaron a una fiesta de sangre en la que los jóvenes militantes, palabra caída en desuso, eran fusilados contra las mismas paredes que pintaban al amparo de la noche.

Cristina y Néstor Kirchner se conocieron en octubre de 1974, con el país enlutado todavía por la muerte del General. Ella era compañera de estudios de la novia de un compañero de estudios de él. Así de simple. Amor y militancia. Los dos formaron parte de la Juventud Peronista. Y todo iba muy rápido. Seis meses de noviazgo y el casamiento el jueves 8 de mayo de 1975. Ese mismo día, la presidenta Isabel Perón recibía a una delegación de chicos coreanos y la Policía hallaba en Villa Celina el cadáver destrozado a balazos de Alfredo Ongaro, de 21 años, hijo del dirigente gráfico Raimundo Ongaro, en ese momento preso a disposición del Poder Ejecutivo. La ceremonia del casamiento de Cristina y Néstor terminó por espantar al ya sufrido papá Eduardo: la barra de amigos y amigas de los novios cerró la ceremonia con la "Marcha Peronista". Perón, Perón, qué grande eras.

El 24 de marzo de 1976 los jóvenes Kirchner eran dos sombras en las calles platenses ocupadas por las Fuerzas Armadas: "Nos fuimos de casa a una pensión de mala muerte. Esa madrugada no pudimos dormir porque sonaban ametralladoras y explosiones. Debe ser por eso que me cuesta tanto ir a La Plata. Amo a esa ciudad donde pasé mi vida, mi adolescencia. pero también me recuerda esos años violentos y a toda la gente que ya no está más."

El resto es historia conocida. Para no ser dos más de los que no están más, los Kirchner se van al Sur desolado. «él abogado, ella con tres materias a rendir antes del título. En Río Gallegos establecen el "Estudio Jurídico Kirchner", una empresa de asesoramiento financiero que fue exitosa: 22 de las 24 propiedades que figuran en la declaración jurada de la futura presidenta fueron compradas en esos años.

Al contrario que con otras vidas, a las que los años de plomo deshicieron, la pareja Kirchner se mantuvo unida. Un caso especial. Ella habla de él y le dice "Kirchner". Ni mi esposo, ni mi marido... "Kirchner". En aquellos otros años hubiera dicho, tal vez lo haya hecho, "Mi compañero".

Ama El Calafate, una ciudad donde la bautizaron "La Bruja". Allí les murmura a sus plantas y escucha su música: Serrat, cómo no, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Luis Eduardo Aute, la "Negra" Sosa, algo de ópera y Vivaldi. Ojalá los cimbronazos del poder la inclinen a la sinfonía y al período romántico, que reconfortan tanto como el barroco.

En el 89 fue diputada provincial en Santa Cruz, en el 93 diputada nacional por Santa Cruz, en el 95 senadora, en el 97 se fue de la Cámara alta ("No soy, no fui ni seré menemista") para ser diputada: la habían borrado de todas las comisiones de la Cámara por pedir públicamente la renuncia de Oscar Camilión, ministro de Defensa, por la venta de armas a Ecuador y Croacia; en el 98 se declaró duhaldista; en 2002, después de la hecatombe, fue de nuevo senadora. En 2003 arriesgó: "No quiero ser presidenta." Cosas que se dicen. Nunca dejó de lado su carácter, que tanto irritaba a algunos de sus pares en el Senado: rebeldía, frontalidad, pasión, capacidad de análisis, fortaleza de carácter y aquellas altas torres de la primera juventud: justicia social, derechos humanos. Todas estas calidades pueden convertirse en una carga en el sillón mayor de Balcarce 24.

Cree que la mujer da un valor agregado a la actividad política: Aportamos mayor simplicidad para exponer las cosas. Somos más directas, más llanas, en algunos casos, más jugadas. Lo que me niego a decir es que somos menos corruptas. Eso no es una cuestión de género.

Quién sabe cuáles recuerdos, cuáles imágenes, cuántas voces, cuántas luces, cuántas ausencias y cuáles sombras pasarán por su cabeza cuando jure como el último eslabón que faltaba gobernar en el peronismo de los últimos treinta y cinco años: el de las jóvenes militantes de los tumultuosos 70.

Cuando lo haga en la tarde de hoy, el destino de este país veleidoso y sufrido estará en sus manos.

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