quinta-feira, 23 de agosto de 2007

Jorge Luis Borges y la polémica, una constante


Por Loreley Gaffoglio
De la Redacción de LA NACION



"Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas. Han tomado la extraña resolución de ser razonables. Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades".


Jorge Luis Borges, Los conjurados (1985)


Era un jueves de una madrugada glacial de 1899. La pereza del invierno demoraba el despertar del sol cuando el reloj marcó las 5. Y en la casona de sus abuelos maternos–una construcción baja de habitaciones corridas, con dos patios alargados, zaguán, ventanas enrejadas y un aljibe–, nacía un ochomesino en Tucumán 840, esquina Esmeralda. Lo bautizaron Jorge Francisco Isidoro Luis Borges , para apodarlo Georgie.

Con los años, aquel anglófilo y políglota morador de bibliotecas se convertiría en el mayor prócer literario argentino. Un laudo indiscutido que pocos coterráneos objetarían. Hasta que, semanas atrás, en la intimidad de la más pública de las conversaciones privadas, Tomás Eloy Martínez le arrancó a Paul Auster un áspero aserto que ubica a Borges como "un escritor menor genial".

La contundencia paradojal de ese axioma azuzó al establisment cultural vernáculo y hoy, en el día en que Borges cumpliría 108, lejos del silencio que otorga, son los propios escritores argentinos los que revalidan–y confirman– su genialidad.

Como sostiene Diego Paszkowski, premio LA NACION de Novela de 1998: "La genialidad de Borges no se discute. Cambiaría diez mil novelas de muchos otros, por un sólo cuento de Borges", argumenta y sitúa su obra a la altura de la Kafka, Wilde y Dostoievski. "La de Borges es una obra universal–dice; los temas que trata -el amor, la muerte, el destino- son universales, y marca, según creo, un camino a seguir, una forma original y magnífica de entender la literatura. Todos los escritores argentinos somos, lo queramos o no, estemos contentos o no con ese destino, hijos de Borges".

Marcelo Birmajer lo considera "el mejor de todos nosotros". Y añade que "bastaría con los relatos de Historia Universal de la Infamia para declararlo un genio, con sus frases exactas, prístinas". Y se refiere a su humor, "cruel y desenfadado, junto a Adolfo Bioy Casares, con la saga de Bustos Domecq" y a El Aleph, "uno de los mayores cuentos de desamor de la literatura argentina" como prueba canónica de su genialidad.

"Imitando un gesto característico de su maestro Chesterton, Borges insistía en definirse a sí mismo como un escritor menor", acota Federico Andahazi. "Su excesiva modestia tenía un propósito muy claro: por una parte arrebatar un argumento a sus detractores y, por otra, obligar a sus seguidores a ensayar una defensa ante tan injusta aseveración. Lo que en boca de Borges suena como una frase de calculada humildad, en Auster aparece como un gesto de soberbia", dice. Y, de manera punzante, argumenta: "sostener que Borges es un autor menor porque nunca escribió una novela es como decir que Auster es inferior a Tom Wolf porque nunca escribió un libro tan extenso como Todo un hombre."

Para María Rosa Lojo Borges "instauró, no sólo una inconfundible manera de escribir; sino una nueva manera de leer." Y describe su escritura como un cauce para "imágenes potentes, innovadoras, precisas".

"Su prosa y su poesía nos devuelven a la ilusión originaria del lenguaje", indica, "aunque, por otro lado, esos mismos textos planteen constantemente, en el plano intelectual, la fisura entre el lenguaje y lo real".

Según Lojo "no hay temas baladíes para la buena literatura", y la de Borges "se caracteriza por abordar los problemas cruciales de la filosofía, convirtiéndolos en temas, situaciones y personajes literarios fascinantes", insistentemente citados en los encuentros de narradores.

Cuenta Alvaro Abós que años atrás, durante una feria del libro, guió a Auster y a su esposa por un recorrido borgeano de Buenos Aires. Un derrotero durante el cual el autor de Trilogía de Nueva York se aferraba al ejemplar de Ficciones traducido al inglés mientras tomaba anotaciones. "Los llevé al puente de Constitución donde Borges fantaseaba con suicidarse cada vez que tenía un desengaño amoroso" revela y habla de la melancolía, de la evocación literaria, que embargó a los tres ante la existencia "de lugar tan siniestro".

María Esther Vázquez recoge la valoración del poeta Eugenio Montale, para juzgar la excelencia de una obra sin tiempo: "Borges es capaz de meter el universo en una caja de fósforos", sostuvo el italiano, Premio Novel de Literatura. Y acota: "no se equivocaba. El Poema Conjetural, Spinoza y el Poema de los dones, respectivamente, significan la síntesis de nuestro destino como país"

Vázquez juzga el mérito de Borges en "la originalidad de su estilo" aunado al "encadenamiento de la trama en la prosa, y la autenticidad y el rigor en la formulación del verso".

Con algo de sana picardía, dice Ernesto Schoo: "a algunos novelistas les debe de doler la frase famosa de Borges, cuando dice que la novela es un desvarío laborioso y empobrecedor, al extender a muchas páginas lo que podría decirse en pocas líneas. Una vez le comenté a Victoria Ocampo que a Borges no le gustaba Proust, y ella me contestó: "¡Pero si nunca lo ha leído!".

Y es Alan Pauls en su ensayo El Factor Borges el que finalmente sentencia: "Borges moviliza un mínimo de fuerzas para obtener un máximo de efectos, y en ese sentido podría ser el paradigma absoluto del estilo: cambiar el mundo tocándole apenas una coma".

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